A pesar de no haber sido donde se gestó originalmente el virus A N1H1, a finales de abril pasado México tuvo el extraño privilegio de ser el primer país en enfrentar el brote dramático de esta nueva epidemia. Fueron momentos difíciles para la población y la autoridades, quienes se vieron obligados a tomar decisiones con muy poca información y con gran presión. Además, todo se desarrollaba en un contexto ya de por sí complejo por los problemas económicos y de seguridad que enfrentábamos (ver nota en este blog “Los Cuatro Jinetes y la Gripe Porcina” del 29 de abril 2009). Afortunadamente el riesgo fatal ha sido mucho menor al temido al inicio. Sin embargo, la epidemia ha seguido el ritmo esperado por los expertos en su propagación por otras regiones y países, en donde se han tomado acciones apoyadas en las primeras experiencias y nuevas investigaciones.
Lo paradójico es que, en los últimos días, en algunos estados mexicanos se experimenta un nuevo brote de la epidemia. Esto ha sido una sorpresa para la población que pronto olvida, pero no para las autoridades y expertos que anticipaban algo así producto del relajamiento de las medidas de higiene que tan efectivas habían sido en la época crítica.
¿Qué podemos aprender de esto?
Las crisis sacan a flote comportamientos extremos cuyo análisis arroja mucha información a los especialistas en los temas del comportamiento humano y comunitario. Sin ánimo de incursionar en un campo que desconozco, me atreveré a hacer algunas reflexiones dejando abierta su aplicación, en forma atenuada, a circunstancias menos críticas, como es el proceso de clusterización
1- Vulnerabilidad – las primeras noticias provocaron gran descontrol y mucho miedo a una población forzada repentinamente a alterar su rutina. Curiosamente, un factor fuente de mucho stress fue la instrucción de limitar fuertemente la movilidad y el acceso a lugares públicos. El mayor miedo es a lo desconocido.
2- Trabajo bajo presión – la falta de información, una amenza de magnitud desconocida y de consecuencias fatales, y la necesidad de acciones inmediatas puso a prueba máxima al sistema y a la autoridad. La parte positiva es que se validó la importancia de contar con planes formales de cómo responder ante una emergencia de este tipo.
3- Dudas de la autoridad – la credibilidad del gobierno, desgastada en las últimas décadas, fue presa fácil a los custionamientos y las dudas. Se llegó al extremo de responsabilizar todo a un complot orquestrado en acuerdo con el gobierno de Obama.
4- Aprendizaje rápido – como nos ha sucedido con el tema económico en crisis pasadas, la población pronto aprendió conceptos de virus, estadística, medidas de higiene y otros temas considerados reservados a los técnicos. ¿Será que es verdad que ‘la letra con sangre entra’?
5- Hábitos instantáneos – una sorpresa positiva fue la rápidez con que la población adoptó medidas de higiene hasta ahora despreciadas. Desafortunadamente, con la misma rapidez las olvidó, de aquí el repunte reciente de la epidemia.
6- Escepticismo – al disminuir y casi desaparecer de los periódicos las notas sobre infectados y muertes, vuelven las dudas sobre si las medidas fueron exageradas y si el costo se justificó. Corremos ahora el riesgo de quedar vacunados y ya no responder al siguiente grito de ‘ahí viene el lobo’.
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muy interesante!