Hace un par de días platicaba con un par de muy buenos amigos, nuevos en el tema pero con curiosidad e inquietud sobre la potencial aplicación del concepto de cluster en situaciones menos convencionales. Ellos, como consultores en el área de desarrollo comunitario, se preguntaban sobre la posibilidad de utilizar la metodología de clusters en procesos de cambio cultural y de descubrimiento de oportunidades en zonas urbanas menos favorecidas.
Nuestro diálogo nos llevó a concluir que es algo que vale la pena intentar. Después de todo, el concepto de cluster tiene como base fundamental la disposición de los individuos para asociarse. Es una tendencia natural del ser humano y es la base de nuestra sociedad. En los clusters, sin embargo, se lleva esta asociatividad a un nivel adicional. No es tan sólo la asociación entre personas y/o instituciones con perfiles, intereses y objetivos similares, sino la suma de voluntades y esfuerzos de un conjunto heterogéneo en donde la complementariedad se vuelve factor central en la búsqueda de un objetivo común.
El cluster permite así la suma de actores empresariales, con visiones eminentemente económicas, con actores de los ámbitos gubernamental y académicos, cuya responsabilidad tiene un mayor enfoque social.
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