Ya comentábamos en una nota reciente sobre la resistencia que algunos ponen a los ejercicios de planeación estratégica. Una posición menos extrema, con la que no puedo más que estar de acuerdo, es la de quienes piden no complicar demasiado las cosas. Éste es un enfoque práctico y justificado a la luz de que tan malo es pecar de falta como de exceso. El problema, como en todo, es encontrar el justo medio.
En un continuo que va desde la ausencia hasta lo sumamente elaborado y complejo, el establecer el nivel de detalle depende de factores como los recursos disponibles, las exigencias de tiempo y alcance y la diversidad y el reto involucrado en los objetivos planteados.
La decisión del nivel de detalle depende entonces de las circunstancias, mismas que deben ser determinadas objetivamente en el diagnóstico inicial. Estas circunstancias pueden ser tan variadas que es difícil formular criterios que permitan prescribir de antemano el número de estrategias y acciones apropiadas para un caso dado. Más razonable sería recomendar enfoques y actitudes con este propósito.
Planeación minimalista.
Llevando esta idea un poco al extremo, podríamos definir un estilo de planeación «Minimalista». Según la socorrida Wikipedia, el término minimalista, en su ámbito más general, se refiere a cualquier cosa que haya sido reducida a lo esencial, despojada de elementos sobrantes. El minimalismo tiene su origen en la arquitectura, pero el concepto ha permeado en otros ámbitos, como la programación, la música, la literatura, la gastronomía, la decoración y el arte y la tecnología en general. Aún más, el concepto ha sido llevado al plan filosófico como una receta para se feliz a través de centrarse en lo importante y eliminar o descartar lo innecesario.
¿Cuanta planeación para se feliz?
Hay quienes buscan esta felicidad en la recomendación del vagabundo: «el plan Seguir leyendo
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