Durante un viaje a la Cd. de México la semana pasada, percibí de golpe el problema de productividad que tanto nos pesa en Latinoamérica. Es un problema más que visible. En los restaurantes el exceso de personal es evidente y el servicio, aunque muy bueno y cordial, no necesariamente hacía el mejor uso de tal circunstancia. Dentro de las tiendas igualmente podrían ahorrarse algunos dependientes, pero fuera de ellas el exceso de personas sin ocupación reconocible era manifiesto. Indudablemente algunos de éstas estaban por razones de la inseguridad, pero este costo adicional (el de la inseguridad) es también sustancial, estimado por algunos hasta de un 15% del PIB para México. Por su parte, los titulares de los periódicos denunciaban repetidamente los problemas de productividad en las oficinas de gobierno y el congreso, la corrupción de los sindicatos de maestros y de las empresas paraestatales. Y que decir de la economía informal reflejada en vendedores en cruceros y banquetas.
Mucha gente aparentemente “ocupada” en las empresas, en el gobierno y en la informalidad parecería muestra de una economía vibrante y productiva. Sin embargo, una pregunta me persigue desde entonces: ¿cual es su (nuestra) contribución efectiva al crecimiento y el bienestar del país?
La Productividad en Latinoamérica
La productividad es un problema serio en Latinoamérica. Lo señalan los expertos del BID y la OIT como una de las razones principales por lo que el crecimiento económico promedio de nuestra región en los últimos 30 años apenas alcanza la mitad de su potencial.
En un reporte presentado recientemente, (http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—americas/—ro-lima/documents/publication/wcms_205234.pdf) la OIT plantea la relación de esta baja productividad con la importante presencia de la economía informal en los países de la región la cual se estima en promedio equivalente al 47%, aunque en algunos países llega al 60%. Entre otros efectos, esto provoca una baja vinculación de las empresas pequeñas con las grandes cadenas productivas de valor.
Por su parte, en un reporte de 2010, denominado “La Era de la productividad” (http://www.iadb.org/research/dia/2010/files/dia_2010_spanish.pdf), el BID propone la productividad como el eje central de las políticas económicas que deberán permitir a Latinoamérica alcanzar los niveles de crecimiento de otras economías emergentes. Un mayor crecimiento llevaría a cerrar la brecha en ingreso per capita con los países mas desarrollados.
La actitud y la productividad
Indudablemente que el bajo crecimiento de la productividad en Latinoamérica se debe en buena medida a la informalidad y esta a su vez a los complejos sistemas impositivos y a falta de acceso ágil a créditos a costos razonables. Pero no todo el peso de la solución recae en acciones de política económica, también es necesario revisar nuestra actitud con respecto a la productividad. Para empezar, el término «productividad» es poco utilizado fuera de ciertos círculos especializados cuando debería ser un concepto de la vida cotidiana.
Hace un par de semanas, un buen amigo y alto directivo de una planta transnacional en Chihuahua me presentaba un ángulo diferente. Señalaba que el bajo costo relativo de la mano de obra local ciertamente presenta una ventaja comparativa a la hora de atraer empresas para generar más empleo. Pero en el fondo, en esta ventaja se encierra una trampa importante pues al contar con bajos costos de mano de obra poca es la presión para mejorar la productividad. Señalaba que, inclusive, preferíamos presionar a las autoridades para mantener un tipo de cambio denominado “competitivo” para prolongar esta cómoda situación. En El Salvador esto se ha conocido desde hace tiempo como un esquema de “exportar pobreza” en el que nuestros países “compiten” a costa del bienestar en el largo plazo de su población.
La solución, me decía mi amigo, es elevar Seguir leyendo
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