El justo medio entre planeación y acción
Indiscutiblemente un programa de desarrollo económico debe ser práctico, orientado a la acción. De nada sirven las más grandes ideas y las mejores intenciones si éstas no se traducen en acciones concretas en la vida diaria. Acciones con metas claras, pasos definidos y sobre todo con responsables comprometidos y entregados a la tarea. Además, no hay tiempo que perder. Es mucho lo que hay que hacer.
El contraste de enfoques y roles
Sin embargo, actuar por actuar tampoco es la solución. Recuerda esto el viejo cuento de un grupo que atravesaba con ahínco la selva, a golpe de machete. Al preguntársele al líder por su destino, contestó apurado «No sé si vamos por el rumbo correcto, pero eso sí, vamos muy aprisa».
La prioridad de la acción es un argumento muy afin al sector empresarial. Después de todo, las empresas viven de sus resultados y enfrentan continua e inmediatamente los efectos de no actuar. A pesar de las evidencias del gran beneficio de la planeación en las empresas exitosas, esta es una actitud que seguido lleva a la mayoría de las empresas a dar sólo una atención protocolaria a la planeación. Se conforman con cumplir con los ejercicios anuales y con la definición de una visión y misión que rara vez pasa de ser un bello documento enmarcado y colgado en un lugar prominente de la entrada. Este es un truco que ya nadie compra.
Los socios de la empresa en la triple hélice del desarrollo económico, gobierno y academia, tienen mayor inclinación a la planeación, aunque no escapan por su parte a las reclamaciones de falta de acción. El gobierno por su lado, está obligado legalmente a generar planes anuales y multianuales, sin embargo enfrenta siempre las limitaciones de recursos insuficientes pero sobre todo la falta de continuidad impuesta por las elecciones periódicas.
La academia tiene una vocación para el análisis. Se orienta tanto por el estudio de la situación actual, con diagnósticos detallados, como por la evaluación de alternativas de rumbo y estrategia. Ambos elementos son fundamentales para una buena planeación. Desafortunadamente, y a pesar de esfuerzos loables, comparte con el gobierno el problema de estar lejos del campo donde se lleva a cabo la acción económica.
Claramente, la unión efectiva de esfuerzos en la triple hélice puede llevar al debido balance planeación-acción. Se compensan así las inclinaciones por la acción y por la planeación, la lejanía con la cercanía a los problemas y retos, y se vencen los obstáculos al la continuidad.
El costo de no planear
Las consecuencias de cargarse demasiado al lado de la planeación, y por tanto dar poca prioridad a la acción, son obvias y directas. La inmovilidad, el desperdicio de tiempo y recursos, y el desánimo y la inconformidad por la falta de resultados pronto se vuelven manifiestos.
Por otro lado, las consecuencias de una deficiencia en la planeación son menos evidentes y a la vez mas diversas en su naturaleza y efecto. Un ejercicio rápido permite identificar efectos en al menos tres áreas: Rumbo y prioridades, Eficiencia y efectividad, y Suma de esfuerzos
Rumbo y prioridades
¿Cómo mantener el rumbo si no se sabe a dónde se va? Y si no se conoce el destino, ¿cómo saber si se avanza? Igualmente, sin un rumbo claro es imposible definir objetivos, y sin estos no hay manera de establecer prioridades. Lo mismo aplica para la definición de estrategias y, para concluir, para acordar las acciones clave. En esta indefinición ¿qué sentido tiene actuar? Es más, hasta se corre el riesgo de causar mas daño que bien.
Eficiencia y efectividad
Sin una planeación como referencia es fácil caer en actuar por actuar, en una «Activitis» que sólo da la falsa tranquilidad de que algo se está haciendo. Aún si se tiene una idea del tipo de acciones que deberían emprenderse a partir de otras experiencias, al no contarse con los criterios necesarios se optará por lo más fácil o lo menos controversial. En fin, esto resultará irremediablemente en inconsistencias, incongruencias, duplicaciones y conflictos, además de no aprovechar sinergias. En el mejor de los casos, se traduce en una pérdida de tiempo y de recursos por correcciones y por esfuerzos inútiles.
Suma de esfuerzos
La planeación, y más si se hace con una mecánica participativa, motiva y compromete. Una propuesta clara y retadora facilita el sumar nuevos actores al esfuerzo. En contraste, su ausencia es una receta segura para la aparición de conflictos y la división. El contar con visiones diferentes, a nivel individual o por grupos, vuelve inmanejable la coordinación de acciones.
En esto del balance entre Planeación y Acción, viene bien el viejo dicho:
«Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre»
¿Dónde está el justo medio? Encontrarlo en cada circunstancia será la prueba de la sabiduría del buen líder.
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