Es arriesgado designar un evento como el primero en la historia y en el mundo, pero la relevancia de este caso bien merece el atrevimiento. Ocurrió en la zona que por años fue considerada, por propios y extraños, cuna del mejor vino del mundo, afirmación disputada por muchos hoy en día, por cierto.
En su ‘cándida’ autobiografía, el Barón Philippe de Rothschild, productor de “Château Mouton Rothschild”, uno de los vinos más prestigiados de Francia, describe su iniciativa para formar lo que bien pudiéramos llamar el primer cluster de vinos. La idea le vino un día en 1922 cuando observaba salir de su bodega las barricas de vino nuevo rumbo a los almacenes del mayorista de vinos de Burdeos.
El Reto del Mercado
En esa época el vino estaba siendo desplazado en los círculos del glamour por el cocktail y otras bebidas mezcladas. Estas bebidas contaban además con la ventaja de una calidad uniforme, algo difícil de asegurar para el vino, pues era en general manejado en forma inconsistente. Después del cuidadoso manejo de los viñedos y del proceso de fermentación a cargo del orgulloso productor, el vino recién depositado en las barricas era enviado a los brokers y mayoristas de Burdeos, quienes quedaban a cargo de la maduración final durante tres años, el embotellado y finalmente la distribución. En este esquema, el trabajo y prestigio del productor quedaba sujeto a condiciones totalmente fuera de su control en el momento más crítico de la vida del vino. La gravedad de los riesgos inherentes llevo al Barón Philippe a decidir intervenir en el todo el proceso. Otro factor a favor era que, en el esquema tradicional, el productor corría todos los riesgos en caso de un mal año, mientras que el mayorista invariablemente tenía siempre asegurada su ganancia.
Sin embargo, algo tan obvio representaba, más que una innovación, una verdadera revolución en una industria apegada ciegamente a las viejas tradiciones. Y esto a pesar que para el consumo propio de los productores este cuidado se seguía de la viña a la mesa.
Con la propuesta del Barón se corría, entre otros riesgos, el de romper con los distribuidores quienes tenían todos los contactos en el mercado. Adicionalmente, requeriría establecer relación directa con proveedores de botellas, corchos, etiquetas y otros insumos necesarios además de establecer los acuerdos para el transporte y distribución. Todas éstas eran actividades nuevas para lo que no se tenía experiencia previa. Otro tema importante era el del financiamiento al productor, en el cual el mayorista jugaba un papel importante. En el nuevo esquema, el financiamiento sería aun más crítico en vista de las nuevas necesidades de inventario y almacenaje, ahora a cargo del productor.
Es así como el Barón decide no emprender solo esta aventura y procede a invitar a sus vecinos de Haut Brion, Margaux, Latour y Lafite a empezar juntos lo que denominaron “embotellado en ‘Château”.
El Reto de la Clusterización
Ya entrado en el proceso de clusterización, una de sus primeros retos fue como hacer las invitaciones a quienes habían sido sus tradicionales rivales por el primer sitio del vino. Estudió a cada uno y procedió de acuerdo a la anticipada apertura a una idea así. Irónicamente, dejó para el último a sus primos Robert y Édouard, propietarios de Lafite, quienes terminaron confirmando la corazonada de Philippe de que serían los más difíciles de convencer. Les llevó algo más de un año decidirse y esto cuando el proceso iba ya avanzado. Al final al grupo se les conocía como la “Asociación de los Cinco”.
Las reacciones de los mayoristas e importadores de otros países no se hicieron esperar ya que se decían insultados por la falta de confianza implícita en la nueva propuesta, pero poco a poco las piezas se fueron acomodando y el cluster se consolidó y amplió.
Otra novedad fue la publicidad directa de los productores. Al principio, a la Asociación de los Cinco les ofendía la palabra publicidad y empleaban en su lugar ‘glamour’, pero su rol en el éxito del proyecto fue central. Más adelante el Barón fue más lejos al comisionar a lo largo de los años el diseño de las etiquetas a una serie de pintores destacados, incluyendo Dalí, Picasso, Cocteau y Warhol. El toque maestro fue la inclusión de la firma del productor en cada etiqueta, confirmando así su compromiso personal de excelencia con cada botella de vino.
El tiempo le dio toda la razón. Al principio fue una locura, pero a partir del debut en 1927 de “Mouton 1924”, en el plazo de un año “Mise en bouteille au château” se estableció como un símbolo de calidad de los vinos del Médoc. Ahora es una práctica universal e imprescindible. Y qué decir del impacto en el consumo del vino y de su apreciación como algo digno de los mejores momentos de la vida.
SALUD! Y FELIZ AÑO 2010
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